Estamos en
agosto, tiempo de vacaciones para muchos. Tiempo de estar en familia; tiempo de
recuperar fuerzas; tiempo de contacto con la naturaleza, en el mar o en la
montaña. Por eso quiero contaros una anécdota de J.J relacionada con su afición
a la Náutica, ocurrida en la “Regata Crucero a Mera”, a bordo de su snipe
llamado “Lóstrego”. La historia se relata en su obra “La Saga de los Barcia”:
“El día de la
regata (…) se presentó con la mar en calma y el cielo entoldado. En el trayecto
de ida nuestro balandro llegó con gran anticipación en primer lugar. Ello no
significa nada pues los tiempos de cada trayecto, sumados, habían de dar al
vencedor. Pero ocurrió que, mientras estábamos almorzando, se levantó un fuerte
viento del Sur, la surada, como allá (en Galicia) la llaman, y tanto creció su
fuerza, que hubo de suspenderse la regata, dando por buenos los tiempos de la
mañana. Se pretendió que la flotilla regresase remolcada y así se inició el
regreso. Pero el remolcador carecía de fuerza para arrastrar los diez o doce
balandros, con el fuerte viento de proa. Se hizo de noche y la cosa se puso un
tanto fea ya que los cables que unían a
los balandros, no utilizados habitualmente para ese fin se rompían de cuando en
cuando, siendo arrastrados algunos a la deriva y teniendo el resto que
retroceder en su busca. Por fin y ya entrada la noche y ante la imposibilidad
de llegar a La Coruña, se optó por volver a Mera, dejando allí varados los
barcos en la playa.
La
cosa no hubiera pasado de una anécdota sin trascendencia de no haber sido por
la preocupación de quienes en el Club Náutico, esperaban el regreso de los
balandros. Entre los que esperaban estaban Maruja (mi esposa) y su padre,
hombre no demasiado sereno. A la vista
de la falta de noticias intentaron que la Comandancia de Marina les diese una
solución, pero allí les dijeron que no tenían ningún barco de socorro y que no
se preocuparan demasiado porque lo probable es que la fuerza del viento hubiese
empujado a los baladros a las playas de enfrente. Por fin, y cuando los ánimos
estaban harto tensos, llegamos nosotros, en el coche de alguien de la familia
(…). Por ello bautizamos aquel suceso, en broma, como “la Noche Triste”, recordando la de Hernán Cortés y
hemos reído muchas veces recordándola.”